Ante la vida no podemos hacer mucho, tan solo ser flexibles ante lo que nos ofrece, adaptarnos a los cambios incesantes e inesperados que la vida nos regala y volvernos como los brotes de hierba que se inclinan ante la brisa vespertina. 

Más allá de la filosofía poética existencialista, la vida, nos vive, no la vivimos.

Esto fue la enseñanza de un antiguo alumno que después de caminar el camino por sí mismo, al volvernos a encontrar me regaló esta reflexión de su propio bagaje.

La vida está en movimiento, constante, a veces vertiginoso. 

Nosotros tenemos que ir a favor de esta inercia si no queremos zozobrar. 

Además del ritmo que la vida tiene, nosotros también marcamos esta tendencia con nuestros propios deseos.

La mayoría de las veces no somos conscientes de cómo complicamos ciertas situaciones, ya qué nuestros deseos requieren de acciones, que se suman a las circunstancias anteriores.

Todo ello es una especie de caos caótico que no para de crear impresiones mentales y por lo tanto, un carrusel emocional constante, por lo que nuestras digestiones suelen ir acompañadas de reflexiones como “… es complicado, no es tan fácil, no sé cómo explicarlo, con un poco de suerte , quizás, etcétera”

Todo ésto ya sabemos qué no es más que confusión por falta de discernimiento, de experiencia, de práctica en saber elegir, en tener  la visión adecuada a cada experiencia.

Por ello…

Más tarde o más temprano tomaremos conciencia de lo complicada qué es la vida y de cuanto la complicamos nosotros y quizás, entendamos que si o si, para tener una mente más calma y con ello una vida más sosegada  hay que simplificarla para poder gestionar mejor nuestros problemas y circunstancias.

Hay un proverbio Tibetano que atrapó mi mente cuando era joven, o más joven que ahora jajajaja que dice así:

 ¿Qué prefieres, cumplir mil deseos o conquistar un sueño? 

¿Los deseos no son sueños? ¿Los sueños no provocan deseos? Una vez más la confusión amanece en nuestra mente dual.

A lo largo de nuestro recorrido vital son innumerables los deseos que tenemos. Desde los más superficiales hasta los más profundos, vamos detrás de ellos hasta alcanzarlos.

Quizás, algunos no merecerían la pena nuestro gasto de energía, de tiempo o sencillamente de tener la mente ocupada en ellos. 

De cualquier manera nuestros deseos son como un motor que nos mantiene vivos, activos, creativos. 

Eso es vida, la que nosotros elegimos vivir pero no la que la vida nos vive como aprecio mi querido alumno.

En este sentido nos parece normal este mecanismo, pues a qué hemos venido a este plano si no es a experimentar la materialización de nuestros deseos. 

El problema de este mecanismo reside en qué a lo largo de nuestra vida solemos vivir dos tipos de insatisfacción.

Una es la de no conseguir lo que deseamos. La otra, es conseguirla.

Nos dejamos la piel para llegar a donde queremos, en tener aquello que deseábamos o que nos hacía falta. 

El tiempo y el gasto de energía es proporcional al deseo que queremos materializar. Lo que ocurre es que el deseo en ese sentido no se para ahí, un deseo no sacia el deseo en sí mismo, sino todo lo contrario, el deseo alimenta el deseo y por desgracia, es un mecanismo que no tiene fin. 

Quizás, sea por este motivo que nuestros deseos más superficiales nos encadenan a no parar de tener deseos similares constantemente.

Pero…

Si hablamos de los deseos que más nos cuesta conseguir, aquellos que nos demandan un “justi-precio” alto, tanto de tiempo, energía e incluso una inversión, nos encontramos con otro tipo de deseos más profundos.

Podemos hablar de una  meta deportiva, una posición social, crear una familia, ser un profesional de una disciplina, etcétera.

En este tipo de deseo el esfuerzo suele ser inmenso y al conseguirlo su satisfacción dura más tiempo, a veces unos meses o unos años pero inevitablemente sentiremos a nuestra querida insatisfacción vital tarde o temprano creando sensaciones de hastío, de aburrimiento y cosas por el estilo.

Esto puede ser debido tanto a la monotonía de acostumbrarse a conseguir tus metas cómo a qué  la vida nos vive y nos complica la existencia con su originalidad sorprendente. 

Pero… y sí existe un deseo lo suficientemente lejano, profundo e inquietante, que podría mantenernos ilusionados, creativos, activos, determinados… 

En definitiva, vivos constantemente y no lo estamos viendo.

Si ese deseo existiera no podríamos denominarlo deseo, ya que éstos los tenemos asociados a cosas materiales, emocionales. Ese deseo solo podría denominarse un sueño, una utopía, el grán símbolo que podría cambiar nuestra insatisfacción vital para siempre.

En alguna ocasión he dicho que lo importante son las preguntas no las respuestas ya que la búsqueda forma parte de la inquietud y por ello de las acciones.

Sinceramente, yo tengo un sueño, desde mis 17 años y ese sueño me está manteniendo en la dirección de mi evolución y gracias a ese foco, a ese sueño, voy cayéndome y levantándome una y otra vez, pero cada vez me caigo menos, me canso menos al levantarme y me caigo menos veces. 

A la vez voy consiguiendo los elementos para acercarme más a él y las piezas del puzzle de mi sueño, de lo que era una utopía hace unas décadas se van colocando por sí mismas y entonces, es cuando comienzo a comprender que merece mucho la pena conquistar un solo sueño en vez de materializar mil  deseos.

No te puedo decir cual es tu sueño, obviamente pero, te puedo aconsejar que:

 “Inspira… cierra los ojos y siente la verdad que habita en ti”

El verdadero sueño que nos mantiene vivos está oculto detrás de la mirada de tu niñ@ interior.

Buen fin de semana.

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