Este fin de semana ha sido la primera vez que he hecho un retiro de meditación en la temporada de frío, ha sido una gran experiencia vivida en las montañas de Jardín de Selda.
Un grupo exclusivo de ocho de personas que han profundizado en ellos mismos gracias a las herramientas que el milenario arte de la meditación nos ofrece.
Meditar en la naturaleza a las puertas del invierno, tapados con mantas, para poder practicar al aire libre, ha sido una experiencia inefable. No han faltado las risas, los chistes y demás ocurrencias que la circunstancia propiciaba, ya que un viento considerable nos ha acompañado a lo largo de la noche y en algunos momentos del día.
Para los organizadores de este retiro ha sido un placer compartir, tanto la casa y sus instalaciones, como la experiencia de años dedicados a este precioso arte.
Con un horario flexible y bien organizado, para mí, como profesor, ha sido un placer estar con personas de ciudad poco acostumbradas a la práctica más seria, y ver cómo han resistido en un día cinco horas de meditación. El efecto que ello ha producido en sus mentes, me ha llenado de alegría. Ver que esto va a ser el principio de una relación más íntima con ell@s mismos que la que tenían hasta el momento.
Que la experiencia del retiro es un antes y un después, son palabras textuales de todos los asistentes al cierre del curso.
Si los ermitaños nos hubieran visto este fin de semana, pienso que habrían dejado la cueva para apuntarse a nuestra rutina, jajajaja, porque la comida ha sido otro factor importante para llevar a cabo el retiro. No hay nada como después de practicar durante unas horas, (ya no solo meditando, sino paseando en silencio, separados, leyendo un manual de meditación y otras actividades que configuraban el horario) llegar al comedor y encontrarte unos platos veganos y vegetarianos, cocinados con tal exquisitez, que hacían sonreír a todos y como no se podía hablar mientras se comía, no tenían otra manera de agradecer los manjares que con las miradas y las onomatopeyas.
Por otra parte, la montaña en esta época del año está silenciosa (aunque el viento no nos ha dejado disfrutar del silencio y de las estrellas en algunos momentos), no hace calor y por lo tanto no hay insectos, jajajaja, así que la armonía con el entorno era muy fácil y confortable.
Tengo que dar las gracias a todos los asistentes, que además de alumnos ya son amigos, el interés y el esfuerzo consciente que han dedicado para experimentar los antiguos estados mentales de los sabios maestros del pasado y por todo ello MI MÁS HUMILDE AGRADECIMIENTO DE TODO CORAZÓN.