Un día cualquiera en la vida de una persona es siempre semejante al de cualquier persona. Paradójicamente ningún día es igual para nadie y a la vez, nunca se repite de la misma manera.
Sin querer en absoluto que esto se convierta en un juego de palabras retórico , la realidad humana es así, incognoscible, o sea, incomprensible la mayoría de las veces.
Aparentemente entendemos, pero estamos siempre muy lejos de comprender el verdadero significado de las cosas que nos pasan, tanto en el exterior como en nuestro interior.
Este es un buen punto de partida si queremos atisbar de alguna manera por qué somos cómo somos y si tenemos alguna posibilidad de cambio, de transformación, de ir más allá de lo aparente y poder alguna vez, penetrar en el significado profundo de nuestros acontecimientos internos y por lo tanto, de todo cuanto pasa a nuestro alrededor.
Algunos de estos fenómenos son nuestras emociones, las cuales al estar conectadas con nuestros pensamientos y con el cuerpo físico nos provocan una experiencia que embarga nuestro nivel de percepción, hasta tal punto, que podríamos decir que en muchas ocasiones somos eso mismo que estamos sintiendo.
A veces somos miedo, otras ira, en algunas ocasiones introvertidos, también amorosos, felices, dichosos … El abanico emocional está estudiado por todas las filosofías antiguas , tanto religiosas como filosóficas. Hoy en día, incluso la ciencia las estudia y no puede ser de otra manera porque investigar la conexión que tienen las emociones con la mente, tanto el componente consciente como el subconsciente, es verdaderamente un universo inacabable para los científicos de distintas materias.
Así que podemos entender que hablar de las emociones no es ninguna banalidad o un tema superficial para tomarse a la ligera.
Mi humilde persona tan solo pretende hablar de ellas desde el punto de vista de la meditación y como ser humano que las vive de manera pasional en algunas ocasiones y en otras, como espectador.
La raíz de las emociones en el sentido meditativo proviene de los factores mentales y sus agregados. Para explicarlos de una manera totalmente coloquial podríamos resumirlos así.
Nuestra mente, que es espacio, está compuesta por las cualidades de:
1- Tener un cuerpo, por lo tanto la mente adquiere un arquetipo mental de una forma.
2- La cualidad de percibir objetos y por ello, tener memoria para retener las experiencias que producen el contacto con esos objetos.
3- De aquí nace la interpretación y el análisis de lo percibido como bueno, malo o neutro.
4- Esto nos hace tener sensaciones de las que nacen emociones.
5 y por último, la conciencia que nos proporciona la cualidad de darnos cuenta de nosotros mismos.
Cuando nos dedicamos a meditar podemos contemplar que este mecanismo funciona así, aunque después surgen preguntas interesantes como ¿Qué ocurre cuando dormimos y el objeto percibido es solo una memoria de lo vivido en la vigilia? por poner un ejemplo.
Son muchas las preguntas que aparecen cuando investigamos el mundo de la mente y de las emociones desde la introspección.
Es por esas preguntas que se manifiestan en mi mente, que comprendí algunas raíces emocionales, como son la de la ira…
Aunque suene a tópico, la raíz de la ira nace de una falta total de perdón. Este perdón está incrustado en la mente, por no ver a los demás como a ti mismo y crea pensamientos separatistas en los que tú, no ves que tienes los mismos defectos o faltas que los otros, cuando en realidad, seguramente has sido igual o podrás serlo en el futuro.
De una forma parecida todas las emociones tiene un componente opuesto que puede servirnos para transmutar las emociones más aflictivas y aunque su raíz e interconexión pueda seguir siendo cuántica y por ello difícil de desentrañar podemos aprender a manejarlas para poder vivir una vida, un aquí y ahora más pleno.
Prometo en siguientes post hablar de otras emociones y de sus opuestos para que este no se convierta en una biblia jajajaja