Nacemos con unas inclinaciones innatas. A parte de nuestra educación y del famoso transgeneracional heredado por nuestros ancestros, ya traemos dones y talentos; virtudes…de algún sitio que nos hace singulares, característicos, únicos.

Son estas virtudes intrínsecas las que por muchos motivos se quedan ocultas y sin desarrollar a lo largo de nuestra infancia.

Tener que ser algo productivo para la sociedad o para que nuestra familia nos acepte, entre otros muchos motivos, es lo que nos merma y capa nuestra naturaleza que está repleta de dones y talentos.

Así vamos creciendo y madurando hasta que por circunstancias se nos pone delante la oportunidad de despertar esas cualidades, que para nosotros se realizan sin esfuerzo; tan solo tenemos que perfeccionarlas.

Dentro de esos dones y talentos está nuestro mundo interno el cual acoge esas virtudes latentes en nosotros.

Entonces descubrimos otra vida dentro de la vida social que estamos acostumbrados a vivir.

El mundo interno a diferencia de la vida “real” en la que nos desarrollamos, es un mundo inhóspito, desconocido, podríamos entenderlo también como otra dimensión. Paradójicamente es el mundo íntimo que tenemos más a mano pero debido a la programación mental y a darle relevancia a la posición social y demás, nos es totalmente desconocido y por ello nos da miedo o sencillamente no lo percibimos.

Entonces vivimos impactos emocionales, problemas, dificultades… En definitiva, sufrimientos y nos encontramos con el abismo de nuestro universo interior.

Al adentrarnos en nuestro mundo interior vamos a experimentar vértigo, ansiedad, incluso miedo pero eso solo significa una cosa; estás volviendo a casa.

Nuestro mundo interior es un espacio vibrante donde nuestra conciencia se hace omnipresente y nos habla.

Sus certezas y dictámenes nosotros las percibimos en forma de intuiciones y a veces son parte de la precognición que todos tenemos como don y talento aunque lo tengamos poco desarrollado.

En el espacio vasto de nuestro mundo interno las percepciones se diferencian de las proyecciones, de las visiones, de los diálogos sin fin que todos tenemos. El pasado, el futuro… todo ocupa el lugar que le corresponde sin que la confusión producida por la dualidad de la mente pensante afecte a nuestro “yo” con el que nos identificamos de manera cotidiana todos los días, incluso en los sueños.

Es ese “yo” el que percibe y siente el mundo interior como la vuelta a casa y por ese motivo de pertenencia por el qué las manifestaciones normales no nos poseen como suelen hacerlo de manera normal en nuestro día a día.

Cuando comenzamos a identificar el mundo interno como algo diferenciado del mundo de la percepción sensitiva, un nuevo paradigma acontece en nuestra manera de entendernos a nosotros mismos y el mundo que nos rodea.

Al identificarnos más con nuestro mundo interior, donde prevalece el vacío y la conciencia, comenzamos a desidentificarnos poco a poco de nuestras percepciones asociadas a los sentidos, las cuales producen pensamientos y emociones emocionantes.

Es en esos momentos donde los opuestos se pueden transmutar; donde podemos transformar una personalidad y un sistema de creencias en su opuesto.

Como artista marcial consumado, dedicado al manejo del cuerpo, al control de la agresividad y al manejo del instinto más primario del ser humano, la violencia, experimente gracias al contacto con mi mundo interior a edad temprana y a la preciosa guia de mi maestro,una transformación profunda en la que la conciencia fue posicionándose por encima de toda creencia construida y arraigada por el paso del tiempo; hasta hacerse preponderante en mi carácter y por lo tanto en mi mente.

De un samurai contemporáneo a un ser totalmente contemplativo.

La transformación de los opuestos es posible, es real pero no hay que olvidar que hay que consumar las etapas y eso pasa indudablemente por no rechazar los momentos de oscuridad y los momentos de luminosidad.

Conocer el camino no es lo mismo que andar el camino.

Medita y recuerda que el mejor arte eres tú mismo.

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