Tuve una infancia de esas que a nadie le gustaría vivir. Sin padres, en protecciónes de menores y prácticamente criado en la marginalidad.

La soledad y el desarraigo fueron los componentes que marcaron mi infancia y por ello, la violencia, las drogas y el miedo fueron los padres que nunca tuve.

A la edad de 17 años conocí al que sería mi padre, mi maestro, mi amigo, mi cómplice, mi hermano… todo en una sola figura masculina. Un maestro hecho a mi medida y para alguien como yo. A él le debo quien soy y a donde he llegado, a él le debo estas líneas que escribo. También  a todos aquellos que las lean y que de alguna manera les sirva como ejemplo de qué dentro de todo mal, existe la semilla del bien.

Gracias a ese ser me aparté de las calles y del destino infernal que la vida tenía para mi. Comencé a entrenar artes marciales tradicionales en los parques y en el río de valencia. Conocí lo que  era el compromiso conmigo mismo y con otra persona. Endurecí mi cuerpo y mi carácter gracias al entrenamiento de mente y cuerpo que mi hermano y maestro me profesaba.

En pocos años entrenando en la ciudad fui otra persona completamente antagónica al muchacho flacucho, drogado y loco que era años atrás. 

 

La vía del samurai contemporáneo me mostró el camino de la superación y de qué no hay límites, tan solo los que tu te creas.

Desde aquellos años hasta hoy han pasado 30 años de entrenamiento en los que construimos el primer campo de entrenamiento en España, fuimos pioneros y eso nadie nos lo puede arrebatar. Entrenamos a gente de toda España. Policías, seguridades, escoltas de figuras relevantes del ámbito político, profesores de todas las clases y por supuesto, meditadores de distintos pensamientos filosóficos.

El niño marginal se transformó en un maestro bajo todo pronóstico, siendo fundador y ejemplo de constancia y de devoción hacia su maestro.

El secreto de esta transformación no es haber entrenado con una dedicación plena, porque eso lo hacen los deportistas de élite también, tampoco haber fundado un campo de entrenamiento único en su género, no.

La esencia de mi transformación fue que aprendí amar de manera profunda y auténtica.

El amor cura el dolor y yo soy un ejemplo viviente de ello.



A lo largo de mis  años de entrenamiento mi mente despertó a la vida y a sus oportunidades. Mi mente adormecida comenzó a empaparse de todo cuanto le rodeaba y así, comencé a volverme diestro en distintas artes, como la escritura, la pintura, los audiovisuales, la percusión…  Conocí distintos oficios y gracias a ellos pude construir junto a mi maestro el sueño de nuestra vida, el Ying Tae Camp, la única escuela de samuráis donde el entrenamiento mental y meditativo era igual de importante que ser un diestro luchador con piernas y puños. No podemos negar que éramos samuráis disruptivos. Una raza singular de guerreros espirituales donde las formas y la creencia de cómo son las cosas no valían para etiquetarnos.

A mi maestro le gustaba mucho dar bofetadas sociales con las que derribar la manera lineal y estrecha que la sociedad tiene de mermar y encasillar a las personas.

Mi ejemplo de transformación lo mostraba en todas las direcciones, cada vez que tenía la oportunidad de enseñarlo,como recordatorio de qué,  un chaval que nada tenía y nada podía perder , a la vez, podía serlo todo y ganarlo todo y con ello, ser útil a la sociedad mostrando un ejemplo de qué, quizás, podemos hacer las cosas de una manera diferente a cómo nos han enseñado.

Siendo joven mi conciencia no abarcaba la dimensión de todo cuanto hacíamos y  de lo que las personas que venían de todas partes se llevaban en el recuerdo.

Hoy con 47 años y mirando atrás, me doy cuenta de la magnitud de la visión de mi querido compañero y amigo y tan solo puedo hacer una  cosa.

Enseñar a todo el mundo que la transformación es posible y no es como la gente piensa. No es una cuestión de hacer formaciones, de aprender sistemas, de practicar métodos, de ser un doctor o licenciado en la materia que sea, no, es una cuestión de aprender amar, amarte a ti mismo de una manera nueva y reveladora que no ves debido a la visión que nos han impuesto desde que somos pequeños y con la que nos hemos identificado con el paso del tiempo.

Aprender amar es la esencia de la vida y su propia fuerza impulsora para conseguir todo aquello que te propongas. Podrás pensar que puedes conseguir cualquier cosa por ti mismo y eso es correcto pero, no es menos cierto que te sentirás vacío si no lo compartes y ahí, comienza de nuevo tu necesidad de tener que aprender amar a los demás como a ti mismo.

Mientras entrenaba durante tantos años en las montañas desarrollé una capacidad infinita de concentración y  de atención plena y debido a eso, cuando había algo que llamaba mi atención, conseguía dominarlo de manera muy rápida. Sentía como mi mente estaba despertando de las ensoñaciones que  durante toda mi adolescencia me habían poseído.

Me incline por aprender a tocar percusión africana. En pocos años tocaba 7 tambores que monté en una especie de batería improvisada donde mis manos volaban los parches de piel y me hacían entrar en un estado tribal y enérgico que era un disfrute para mis alumnos de aquella época. Con la imagen de los africanos que conocí en Formentera y practicando en mis tiempos libres, acabé convirtiéndome en otro africano más y descubrí lo hermoso que es ser músico.

En mis noches silenciosas en la montaña y debido a no tener tele, ni amigos con los que conversar a excepción de mi querido amigo y maestro comencé a escribir todo cuanto sentía, todo cuanto veía, todo cuanto comprendía…  Así comenzó mi andadura de escritor, más de cinco mil folios de poemas desparramando mis emociones, varios ensayos sobre la mente y el proceso de la muerte, una guía para ayudar y saber estar en la muerte de nuestros seres queridos, una novela sobre nuestras vidas… y folios y folios sobre todo el universo entero que bullía dentro de mí como un volcán en erupción.

Mirando ahora mi infancia todo me parece un sueño, el marginal, el niño abandonado… todo eso tan solo fue un trampolín para aprender amar y saborear la vida de una manera totalmente intensa y profunda.

Hoy he comprendido que todo esto lo he vivido para compartirlo con todos aquellos que se cruzan en mi camino y por ello, doy clases en Cabanyal Dojo, en mi centro de la montaña que ahora se llama Jardín de Selda y en el Rancho de Pura donde otro semejante a mí, hace lo mismo que yo. 

Compartir la gran enseñanza de la vida. Amar a los demás como te amas a ti mismo y si no has aprendido a amarte todavía no pasa nada. 

Podemos compartir lo aprendido con todo aquel que lo desee.

Te esperamos.

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