Todo lo que tiene un principio tiene un final.

No existe nada en el mundo que no se produzca por una causa. No hay causa sin origen.

Que todas las cosas tienen un origen interdependiente es incuestionable.

Desde las personas, las situaciones o los objetos, desde lo micro a lo macro, los planetas o sus galaxias… Todo ciertamente, no proviene de la nada, sino de un conglomerado de causas y condiciones, o sea de un origen. 

En un mundo donde todo es impermanente, no podemos olvidarnos que incluso nuestra propia insatisfacción vital, vale decir, nuestro sufrimiento, está sujeto al cambio. Entonces ¿Por qué lo vivimos de una manera tan intensa, como si fuera eterno y no fuera a transformarse nunca? 

¿Por qué nos identificamos tanto con él?

Quizás, sea por el mismo motivo por el que nos apegamos tanto al estado de felicidad, de bienestar. Porque no queremos sufrir las emociones más aflictivas.

También porque nuestra mente en un estado de satisfacción personal funciona de una manera muy distinta a como cuando la tristeza, la nostalgia y demás predominan en nuestro continuo mental.

Curiosamente en los dos casos se nos pasa por alto lo mismo, el origen, la causa y su naturaleza  que es la impermanencia.

En nuestra vida cotidiana percibimos el sistema sensitivo casi de una manera  inconsciente. Algo parecido a como hacemos la digestión, de la que no somos  conscientes.

Es por eso que son pocos los que son capaces de contemplar la realidad que perciben como observadores, vale decir, espectadores, pero de esos, unos pocos  son capaces de no identificarse con  el observador que contempla la realidad. Son estas personas las que están más allá de los juicios de valor y de las etiquetas. Verdaderamente hay que ser un “elegido” para poder vivir una vida con plena consciencia.

Poetas, eruditos, ermitaños, escritores existencialistas… Todos, casi sin excepción, realizan acciones como observadores pero también están condicionados por sus interpretaciones de la realidad.

¿Dónde queda entonces para todos nosotros el final del sufrimiento?

¿Existe tal cosa? Pero ¿A qué llamamos sufrimiento?

Me satisface poder hablar en este post de la gran maestra  que es origen y final de la vida. La señora muerte.

El evento más sagrado de la vida, es la muerte, y  hemos aprendido a temerla y a denostarla, de tal manera que no es tema de conversación entre las familias y los amigos.

 Que tristeza para nuestro espíritu  no poder contemplarlo desde una comprensión profunda y una aceptación consciente. Al fin y al cabo, detrás de la vida está la muerte y detrás de ésta, la vida de nuevo. La muerte es algo natural, necesario para el equilibrio de la existencia misma en este planeta.

¿La muerte es el origen de la vida? 

Bueno, forma parte del origen de la vida. 

Que el amor entre dos personas alumbre a una tercera es el origen material de ello, su manifestación. Pero desde un punto de vista más profundo ¿Por qué sucede la vida en este planeta?

Tan solo tenemos que elevarnos sobre nosotros mismos y descubriremos que en la decrepitud, en la degeneración de las células, en la evolución de las formas, tanto físicas como de pensamientos, siempre está la muerte como transición, transformación y alquimia de la vida.

El fruto madura, se pudre y gracias a ello, la semilla cae al suelo y germina debido a las circunstancias favorables. Así funciona la vida en este planeta.

En un mundo donde el cambio es la constante, es lógico que el ser humano este siempre insatisfecho.   Intentar tener el control de algo que por su propia naturaleza es incontrolable es una ilusión.

Entonces ¿Qué podemos hacer ante algo así? ¿Vivir una vida pensando en la muerte? ¿Convertirnos en eruditos para desentrañar el significado profundo de la existencia? o ¿Ser una planta humana desde la que contemplemos todo lo que sentimos y ocurre desde una neutralidad carentes de emotividad o pasión?

Creo que una de las cosas que se nos escapa, casi siempre, es la sensación que nos produce la experiencia en sí misma. Llorar, reír, amar, odiar, sentirnos solos, acompañados, triunfar, perder… Sí, la experiencia humana es, en mi opinión, el significado profundo de nuestra existencia.

Si tuviéramos la oportunidad de alcanzar el final del sufrimiento en este cuerpo, no tendríamos un cuerpo tan frágil al que le duele todo y que enferma con tanta facilidad.

No tendríamos una mente dual en la que predomina tanto la negatividad como la positividad.

No tendríamos la misma capacidad de amar que de odiar por igual y tantos y tantos condicionantes que sesgan la visión que tenemos de la realidad y de nosotros mismos.

Quizás, el final del sufrimiento sea algo  insondable como el concepto de  muerte, de unicidad, eternidad, atemporalidad, omnisciencia…

Para nuestra mente y la visión que tenemos de nuestro entendimiento, este tipo de conceptos están asociados a la religión o a la espiritualidad y de alguna forma, el mundo agnóstico criticará siempre esta visión de las cosas pero, más allá de las opiniones personales, hay algo real que existe por encima de nuestra creencia propia y por ello, vamos buscando consciente o inconscientemente la manera de entender más, de ser más conscientes, de comprender cómo funcionan las cosas y el mundo en general. Este saber más, yo lo denomino consciencia, darse cuenta, y comprender nuestras percepciones mentales desde un punto intuitivo y no tan solo desde la razón.

Si la consciencia siempre estuvo ahí, solo puede significar una cosa, que no tuvo principio, por lo tanto no tiene un final.

Aunque cueste de entender este concepto, podemos aplicar la lógica absolutista de que si no tuvo principio y por lo tanto no tienen un final, podemos aceptar que es eterna.

Así que nuestra mente está impregnada de esta consciencia y nosotros la percibimos y la llenamos de experiencias de todo tipo. Así que de alguna manera, podemos decir que somos eternos como el espacio, además de poder experimentar cosas que solo se pueden sentir gracias a nuestro cuerpo frágil y a nuestra mente dual.

Quizás, es momento de valorar lo que tenemos y disfrutarlo al máximo.

Detrás de una barba fértil, asoma la mirada del niño.

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